viernes, abril 30, 2004

El resumen obligado (y retrasado) sobre visitas londinenses:

Ya sé que me retrasé más de lo planeado en actualizar el post, pero no tenía el tiempo ni las ganas de hacerlo, en parte por la profunda depresión que me provocó el regresar de Londres sin poder ver Kill Bill vol. 2 (nótese como los pretextos son lo único original del post).

En fin, dado que ya es hora de comentar mis impresiones sobre la vieja sede del imperio británico, procedo: Si hablé sólo cosas buenas de París tras mi visita hace como un mes, de Londres sólo puedo decir cosas magníficas. Es una ciudad que combina el espíritu moderno de cualquier urbe norteamericana (y mucho de su cultura en tiendas y restaurantes) con el magnífico e impresionante acervo cultural que sólo puede tener una capital europea que además fue el centro del segundo gran imperio de la historia (los otros siendo el romano y actualmente el norteamericano).

La gente, contrario a lo que pudiera creerse, es sumamente amable, todavía más que en París, y el hecho de que pronuncien su idioma con todas sus letras (a diferencia de los gringos) hace mucho más fácil entenderlos.

Esto me lleva a otro punto importante: pudiera creerse que no, pero el hecho de conocer el idioma del lugar que visitas, entender lo que te dicen y comunicarte en el mismo contribuye enormemente a hacer más disfrutable cualquier visita.

La ciudad también es enorme, pero como buena capital europea, el sistema de transporte está lo suficientemente bien estructurado como para poder agarrarle el modo rápidamente y poderse desplazar. Lo que no te deja exento de problemas y las consabidas desventuras de todo vacacionista.

Una de las primeras ideas claras que tuve la primera noche que pasamos ayer, es que todos los viajes deberían incluir un traslado aeropuerto-hotel-aeropuerto, ya que fue toda una odisea poder llegar al hostal en el que nos quedábamos, a lo que hay que sumarle que toda la aventura pasó ya tarde por la noche (el avión llegó como a las 9 a Londres y nosotros al hostal como a las 2, ya se imaginarán).

Tras la perdida obligada que todo turista debe darse, aprovechamos la ocasión para tomar uno de los típicos taxis negros londinenses, cuyos conductores se precian de conocer exactamente el lugar a donde van, y este no fue la excepción.

Después de pagarle y dirigirnos al hostal, pasó una de las experiencias más desagradables de todo el viaje (la cual por suerte no tuvo consecuencias y todo lo demás salió bien): cuando me disponía a pagar me di cuenta que no traía mi cartera y por más que buscaba y preguntaba ninguna de mis acompañantes la traía.

Tras el susto inicial y una larga búsqueda (pensando que sin dinero deberíamos mejor regresarnos al día siguiente) encontré la susodicha cartera tirada en la calle justo donde se había parado el taxi. Sólo puedo decir que el hecho de habernos perdido y haber llegado tan tarde al lugar contribuyó a que una cartera con varias tarjetas y 200 libras permaneciera intacta en mitad de la calle.

Cansados y deseando reponer fuerzas para conocer la ciudad al día siguiente, nos tumbamos cada quien en sus respectivas camas. No parecía que hubiera mayor problema salvo por el calor que hacía en el cuarto, pero a mitad de la noche empecé a estar bastante intranquilo porque sentía una molesta comezón por todo el cuerpo, hasta que sentí algo caminando por mi frente y al aplastarlo me di cuenta que algo no andaba bien.

Tras encender la luz por ahí de las 3 o 4 de la mañana, pude apreciar que mi cama era el paso obligado da varias chinches, o garrapatas, o lo que haya sido, junto con sus crías. A esa hora de la noche no teníamos muchas ganas de discutir así que simplemente me cambié de cama y temprano por la mañana me di un baño a conciencia para quitarme la sensación de los animalitos andando por todos lados.

Al día siguiente el encargado, con una tranquilidad digna de película, nos preguntó qué tipo de bicho teníamos mientras nos mostraba un catálogo que tenía a la mano (sólo en Inglaterra puede pasar eso: no eliminan a sus bichos pero los tienen bien localizados). Tras decirnos que los “bed bugs” como resultaron ser no tenía enfermedades y tratar de consolarnos diciendo que el también tenía en su cama, optamos por dejar esa cama aislada y preocuparnos de ello después, porque teníamos mucha ciudad que visitar.
De la ciudad en sí no hay mucho que decir que no hayan visto en películas y postales. El recorrido en esos típicos autobuses turísticos nos tomó todo el día y no permitió ver casi (y reitero el casi) todo lo importante en cuanto a monumentos y edificios de interés (incluyendo pasar unas 5 veces frente al hotel donde se hospeda el hoy gobernador de California “Ajnold” y escuchar la misma anécdota la misma cantidad de veces.

Después de la parada obligada en Picadilli Circus y visitar las tiendas, terminamos el primer día ya casi sin dinero tras comprar souvenirs para los respectivos amigos y familiares. Los precios no son más altos de lo normal en cualquier ciudad turística, pero estando la libra a 1.5 euros (unos sorprendentes 20 pesos mexicanos aproximadamente), el término “barato” es sumamente relativo.

Igual que en París, resulta imposible conocer los puntos más representativos de Londres en 4 días, pero a diferencia del anterior viaje, en esta ocasión me quedé con muchas más ganas de ver todo aquello que me faltó, y nos dejó una mayor sensación de decepción el no haber podido verlo todo.

Dado que eso se me hace más relevante, mencionaré lo que me faltó ver y con lo me quedé más ganas: para empezar el Museo Británico, y antes de que el público cautivo me proteste por no haberlo visto siendo algo tan representativo, sepan que está en una zona muy alejada, y tratamos de organizar las visitas de modo que pudiéramos ver la mayor cantidad de cosas en una misma zona. Otra cosa que nos faltó fue poder ver alguna buena obra en un típico teatro inglés, así como visitar los tours nocturnos que presentan el lado fantasmal y menos conocido de la ciudad.

¿Qué otras cosas curiosas y relevantes hubo? No les daré detalles del viaje, mejor los chismes de rigor. Los ingleses siempre se han sentido más que europeos, lo que se refleja en su forma de pensar, el ambiente que se vive en sus calles y en general la cultura que se aprecia en la ciudad. Realmente se puede sentir el sabor de una vieja sede imperial cuando uno recorre los salones de los museos y palacios dispersos por todo Londres.

Por otro lado, la invasión de la cultura norteamericana, sus viejos hijos descarriados, es evidente, en la moda, las tiendas y mucha de su tecnología.

Es el único lugar del mundo en que me haya tocado ver que todos los lavabos de cualquier baño funcionan por default con agua caliente, sin importar el clima que haya en ese momento.

La gente, como ya dije, es mucho más amable de lo que cualquiera pudiese pensar, y de lo que nos han planteado las películas.

El metro de Londres, al que sus habitantes llaman cariñosamente “el tubo” realmente hace honor a su nombre, pues tiene una forma casi cilíndrica muy particular, lo que dificulta que mucha gente alta vaya cómodamente parada en los vagones.

Y a menos que esté olvidando algo (en cuyo caso lo subiría luego) me parece que es todo lo relevante de este viaje, quedando pendiente para próximos posts el debate sobre el sentido de la vida y la combinación extraña de poderes y habilidades adquiridas que ya había mencionado Edgar con anterioridad.

Antes de que me vuelvan a interrumpir dejaré aquí este recuento, porque los deberes de un marido abnegado parecen no terminar nunca.