La diatriba diaria sobre viajes y retrasos:
Como mencioné antes de partir el jueves, bastantes retrasos tengo ya para postear como para además aventarme un viajecito a París. Sin embargo, vuelvo con muchas cosas que comentar al respecto.
Empecemos por mencionar mis impresiones generales de la ciudad luz: es una ciudad enorme, y conocerlo todo en 4 días resulta francamente imposible. Aún así, es una experiencia única, y si algo me quedó claro es que en París no puedes caminar dos cuadras sin voltear a ver algún edificio impresionante, o detenerte y admirar lo que puede hacer el ingenio del hombre, mucho dinero y el egoísmo de quien lo tiene (el dinero) para mandar construir tales monumentos mientras el pueblo se muere de hambre. Áunque con los precios que cobran por entrar, ya veo que las masas parisinas han sabido cobrarse el favor de darle al mundo tales bellezas.
La gente: si hacemos a un lado el hecho de que me sentía ligeramente menos perdido que Bill Murray en Tokyo (malditas lecciones de la Alianza Francesa que no enseñan a pedir tu pizza sin un huevo estrellado encima), puedo contar sólo cosas buenas de los parisinos. La gente es amable, con excepción de uno que otro mesero, y están sumamente concientes de que un gran porcentaje de sus ingresos viene del turismo. Un consejo: estando en Francia es mucho más probable que les hablen en español que en inglés, pero siempre puede recurrirse al dedaso sobre los mapas y los menús, casi siempre con funestas consecuencias para la digestión.
Frío, mucho frío, y las distancias que hacen a cualquier turista ya no sentir sus pies tras medio día de recorrer la ciudad fueron las constantes del viaje, además del dolor en la cartera por los precios de las cosas. Además, viajar en plan turístico deja de lado la visión del París romántico que nos venden las películas. Pero siendo sinceros, caminar rodeado de tanta belleza (natural y artificial, jardines y palacios, mujeres y seres que no supe cómo clasificar) y escuchar de todo mundo un lenguaje tan suave al oído como el francés inspiraría a cualquiera.
El lado tragicómico del viaje: Como sé que esta es la parte que todo mundo quiere leer para burlarse del dolor ajeno (o sea el mío), procuraré ser breve y no darles mucho material para chingar a un servidor:
Quizá debí haberme imaginado de lo complicado que resultaría el viaje cuando perdí mis primeros 30 euros, gracias a los gritos histéricos y la mercadotecnia forzada de una bizca funcionaria de metro. Esta horrenda mujer, parecía no entender el concepto de comprar un boleto para tres días, pues terminó obligándome a adquirir uno para viajes ilimitados para un sólo día, caro y poco útil, además de chingarse mi cambio mientras intentaba pelear con su extraño francés y la histeria de mi coprotagonista de viaje.
Ya para cuando el primer día terminaba, y mis pies ya estaban de por sí cansados, caí en cuenta de una desventaja de la torre Eiffel: está tan grande que desde cualquier punto de la ciudad parece estar relativamente cerca, y cuando se me ocurrió que podíamos llegar caminando desde donde estábamos, descubrí que 12 o 15 cuadras se disfrazan bajo la esbeltez de la torre. Y mis pies siguieron pagando el precio....
Tras diversos intentos frustrados por recordar mis lecciones de francés (¿dónde quedó mi DELF A4? me preguntaba yo), y terminar haciendo que mi novia se comiera un yogurt insípido por interpretar mal un menú, el segundo día nos topamos con una pizzería cuyo idioma semi oficial parecía ser el italiano o el esperanto. Cualquiera menos mi mezcla de francés y español, pues en ningún momento nos enteramos que la pizza que pedimos incluía encima lo que debía ser un huevo estrellado y terminó siendo una desagradable mezcla con los demás ingredientes de la misma.
Ya para rematar, a mi síndrome de abstinencia, provocado por mantenerme alejado de un monitor de computadora por más de dos horas, se sumó un desconecte total del mundo, al grado que nunca supimos que estando en Francia nos tocó vivir el cambio de horario en Europa. Ya se imaginarán nuestra indignación cuando el lunes que regresamos, íbamos indignados por todos lados pensando en cómo tenían el descaro de adelantar los vuelos y las corridas de camión casi una hora, y dándonos palmaditas en la espalda por nuestra prudencia al levantarnos antes y prever cualquier eventualidad.
Un frío sudor recorrió mi espalda cuando, ya estando en Barcelona, caí en uenta de lo cerca que estuvimos de perder el vuelo y quedarnos atrapados, con menos dinero, pocas ganas y un montón de franceses, por lo menos durante un día más. Y luego me quejo de que el catalán es un dialecto complicado....
Next: Más detalles curiosos si es que me acuerdo sobre mi viaje a París, una futura reseña de La ciudad de los niños perdidos, la diatriba diaria sobre un obsesivo de los cómics y sus momentos de debilidad, y el típico recordatorio para que me pongan más comentarios y visiten la página, que la audiencia anda muy floja.
La canción obsesiva del día: The vines - Ride
Como mencioné antes de partir el jueves, bastantes retrasos tengo ya para postear como para además aventarme un viajecito a París. Sin embargo, vuelvo con muchas cosas que comentar al respecto.
Empecemos por mencionar mis impresiones generales de la ciudad luz: es una ciudad enorme, y conocerlo todo en 4 días resulta francamente imposible. Aún así, es una experiencia única, y si algo me quedó claro es que en París no puedes caminar dos cuadras sin voltear a ver algún edificio impresionante, o detenerte y admirar lo que puede hacer el ingenio del hombre, mucho dinero y el egoísmo de quien lo tiene (el dinero) para mandar construir tales monumentos mientras el pueblo se muere de hambre. Áunque con los precios que cobran por entrar, ya veo que las masas parisinas han sabido cobrarse el favor de darle al mundo tales bellezas.
La gente: si hacemos a un lado el hecho de que me sentía ligeramente menos perdido que Bill Murray en Tokyo (malditas lecciones de la Alianza Francesa que no enseñan a pedir tu pizza sin un huevo estrellado encima), puedo contar sólo cosas buenas de los parisinos. La gente es amable, con excepción de uno que otro mesero, y están sumamente concientes de que un gran porcentaje de sus ingresos viene del turismo. Un consejo: estando en Francia es mucho más probable que les hablen en español que en inglés, pero siempre puede recurrirse al dedaso sobre los mapas y los menús, casi siempre con funestas consecuencias para la digestión.
Frío, mucho frío, y las distancias que hacen a cualquier turista ya no sentir sus pies tras medio día de recorrer la ciudad fueron las constantes del viaje, además del dolor en la cartera por los precios de las cosas. Además, viajar en plan turístico deja de lado la visión del París romántico que nos venden las películas. Pero siendo sinceros, caminar rodeado de tanta belleza (natural y artificial, jardines y palacios, mujeres y seres que no supe cómo clasificar) y escuchar de todo mundo un lenguaje tan suave al oído como el francés inspiraría a cualquiera.
El lado tragicómico del viaje: Como sé que esta es la parte que todo mundo quiere leer para burlarse del dolor ajeno (o sea el mío), procuraré ser breve y no darles mucho material para chingar a un servidor:
Quizá debí haberme imaginado de lo complicado que resultaría el viaje cuando perdí mis primeros 30 euros, gracias a los gritos histéricos y la mercadotecnia forzada de una bizca funcionaria de metro. Esta horrenda mujer, parecía no entender el concepto de comprar un boleto para tres días, pues terminó obligándome a adquirir uno para viajes ilimitados para un sólo día, caro y poco útil, además de chingarse mi cambio mientras intentaba pelear con su extraño francés y la histeria de mi coprotagonista de viaje.
Ya para cuando el primer día terminaba, y mis pies ya estaban de por sí cansados, caí en cuenta de una desventaja de la torre Eiffel: está tan grande que desde cualquier punto de la ciudad parece estar relativamente cerca, y cuando se me ocurrió que podíamos llegar caminando desde donde estábamos, descubrí que 12 o 15 cuadras se disfrazan bajo la esbeltez de la torre. Y mis pies siguieron pagando el precio....
Tras diversos intentos frustrados por recordar mis lecciones de francés (¿dónde quedó mi DELF A4? me preguntaba yo), y terminar haciendo que mi novia se comiera un yogurt insípido por interpretar mal un menú, el segundo día nos topamos con una pizzería cuyo idioma semi oficial parecía ser el italiano o el esperanto. Cualquiera menos mi mezcla de francés y español, pues en ningún momento nos enteramos que la pizza que pedimos incluía encima lo que debía ser un huevo estrellado y terminó siendo una desagradable mezcla con los demás ingredientes de la misma.
Ya para rematar, a mi síndrome de abstinencia, provocado por mantenerme alejado de un monitor de computadora por más de dos horas, se sumó un desconecte total del mundo, al grado que nunca supimos que estando en Francia nos tocó vivir el cambio de horario en Europa. Ya se imaginarán nuestra indignación cuando el lunes que regresamos, íbamos indignados por todos lados pensando en cómo tenían el descaro de adelantar los vuelos y las corridas de camión casi una hora, y dándonos palmaditas en la espalda por nuestra prudencia al levantarnos antes y prever cualquier eventualidad.
Un frío sudor recorrió mi espalda cuando, ya estando en Barcelona, caí en uenta de lo cerca que estuvimos de perder el vuelo y quedarnos atrapados, con menos dinero, pocas ganas y un montón de franceses, por lo menos durante un día más. Y luego me quejo de que el catalán es un dialecto complicado....
Next: Más detalles curiosos si es que me acuerdo sobre mi viaje a París, una futura reseña de La ciudad de los niños perdidos, la diatriba diaria sobre un obsesivo de los cómics y sus momentos de debilidad, y el típico recordatorio para que me pongan más comentarios y visiten la página, que la audiencia anda muy floja.
La canción obsesiva del día: The vines - Ride
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