viernes, abril 02, 2004

La diatriba diaria sobre los momentos de debilidad de un comiquero:

Estando en París entramos en una tienda de comics que había por ahí, bastante bien surtidita por cierto. Echando una rápida ojeada a todos los títulos que tenían, e intentado captar un poco por dónde iba cada historia, me di cuenta con qué facilidad puede uno perderle el hilo a este asunto.

Y es ahí donde volvió a asaltarme una terrible duda que tarde o temprano oprime el corazón de cualquier fan de comics: "gosh, jamás voy a poder entenderlo todo, ¿cómo me metí en esto en primer lugar?" Por suerte la duda se disipó pronto y esta semana empecé a leer Watchmen (esperen reseña pronto) y me compré el último número de Batman: Bruce Wayne fugitivo (y único comic que compro en España, los demás los bajo de la red).

Realmente no sé por donde seguir el post desde aquí. Podría criticar el método gringo para contar historias interminables en cómics (que duran 10, 20 o mil años, hasta que las ventas bajan) y contrastarlo con el más concreto y accesible modo japonés de contar las historias en los mangas.

Por otro lado, podría explayarme diciendo que cualquier afición que resulte apasionante, es en sí misma un universo casi interminable, y que uno de los más ricos y coloridos es el de los cómics.

Sin embargo, no diré eso ni nada más. Con la serie de chismes que hay en mi casa me presionan y me dejan todavía menos tiempo para postear. A eso hay que sumar mi patente dejadez y una sobrehumana capacidad para encontrar otras cosas que hacer en lugar de lo que me urge hacer o lo que es más importante.

Aprovecho el espacio para lanzar una mini diatriba sobre los poderes mutantes recién descubiertos: tras varios corajes y múltiples regaños de mi novia en su papel de madre sutituta que intenta terminarme de criar, opté por ya no hacerle caso y sólo reírme cada vez que me dice algo sobre lo siguiente.

Aparetemente, desde que llegué a Europa empecé a desarrollar un misterioso poder mutante, quizá debido a la ingestión continua de alimentos mediterráneos. Tal poder consiste en la capacidad sobrehumana para estorbar la circulación de los demás. No importa cuándo ni donde, siempre que decido detenerme para lo que sea (sacar mi cartera, abrir mi mochila, rascarme un tompiate), lo que sea, resulta que me atravieso en la línea de circulación de algún pinche catalán (o europeo en general) que no tiene la más mínima decencia para decir "con permiso".

Como de por sí los catalanes ya no se merecen mi respeto ante su molesta forma de ser, mi bizarro poder mutante se ha convertido en una curiosa forma de incordiar a los demás.

Iron Butterfly: In-A-Gadda-Da-Vida